Suten se encontraba en su
despacho, estudiando acerca de las plantas con poderes curativos cuando la
puerta se abrió de golpe. La luz de las velas bailó nerviosa a causa del fuerte
viento que entraba del exterior y las sombras de los objetos se agitaron en
figuras borrosas confundiéndose entre sí.
— ¡Por Eredwen! ¡¡Menuda tormenta
está cayendo!!
— ¿Qué tal estás Zur? —preguntó
Suten casi sin inmutarse.
— Bueno, ahí ando. Venía a ver
qué tal estabas tú. Hace semanas que no te veo por ahí. ¿Has salido alguna vez
de esta habitación desde aquel día?
Silencio. Zur se acercó a su
amigo que no apartaba la mirada de los numerosos libros, cuadernos y apuntes
esparcidos y amontonados por toda la mesa. Su obsesión le había llevado al
extremo de no tener más objetivo que esa incansable búsqueda. Vivía por y para
aquello y cada día le sustraía una pizca más de energía.
Mientras avanzaba, Zur echó un
vistazo a la estancia. Los libros se amontonaban por esquinas y paredes hasta
el extremo de no saber qué era pared y qué libro. Los papeles hacían de alfombra
y manteles sobre los muebles. Las velas consumidas no eran más que montones de
cera derretida. No había comida ni señal de que hubiera habido desde hacía más
de dos meses.
Y por primera vez, observó
detenidamente a su amigo. Se sorprendió de no haberse dado cuenta de lo
consumido que estaba. Sus ojos transmitían un gran cansancio y un terrible
dolor, pero no cesaban de trabajar. La piel estaba más pálida de lo normal y en
su frente se habían dibujado unas fuertes arrugas consecuencia de la tensión
constante en la que vivía. Las vendas de las manos estaban sucias y rotas, ahí
donde las vendas no ocultaban la piel había pequeños cortes mal curados. Las
yemas de los dedos estaban entintadas de negro.
— Suten, —dijo Zur bajándose al
nivel de su amigo al otro lado de la mesa— deberías descansar un poco. Esto te
está matando. No hay nada que hacer… admítelo.
— Tú no lo entiendes. Estoy cerca,
ahora no puedo dejarlo, sino todo sería en vano. Eren necesita mi ayuda… ¡me
necesita! Si logro encontrar una fórmula para…
— ¿Cuánto llevas sin comer ni
dormir? Suten, soy tu amigo y lo digo por tu bien. Mírame —le dijo mientras se
quitaba el fular que ocultaba su boca—. Vuelve a vivir tu vida.
La habitación volvió a quedar en
silencio. Zur mirando directamente a su amigo, sin fular de por medio. Soten
por primera vez desde hacía mucho tiempo miraba a algo que no fuese libros o
apuntes. Una vela se consumió, como se consumieron las fuerzas de Suten. Se
derrumbó en la silla y observó la mesa que tenía delante. Sus ojos se cerraron
unos segundos, agradecidos por el breve descanso.
— Nunca me lo podré perdonar,
Zur. Me consume por dentro… cada día es un infierno —se quitó el fular que
ocultaba su boca—. Eren… se muere. Soy su único familiar… no puedo quedarme a esperar mientras ella se consume…
— A este paso te consumirás con ella. Suten, ya te lo he dicho… Ni los expertos en curación, ni el Consejo
saben cómo ayudarla… Ve con ella en vez de aislarte del mundo…