17 de octubre de 2010

Zöeth


Una piedra salió disparada desde un arbusto golpeando con un golpe seco a un cervatillo que estaba pastando en el bosque de Lehm. El animal no sintió dolor, el cazador había perfeccionado tanto su técnica de caza que sus presas no sentía siquiera el frío que acompaña a la Muerte. Del arbusto apareció un fauno de entrada edad. Se acercó y arrodilló ante el animal muerto. Rezó por su alma y pidió perdón por haber cometido tan atroz acto, pero sabía que no tenía elección. Zöeth se levantó y cargó con el cervatillo hasta los dos caballos que transportaban un carro. En él había otros tres animales muertos, resultado de un largo día de caza. Zöeth se dispuso a emprender el camino de vuelta a casa. Ya atardecía y le esperaba un camino largo.
Durante el camino maldijo, como siempre hacía, a los durei. Esta raza llevaba gobernando en su pequeña aldea desde hacía dos décadas. Los durei son seres creados para matar y conquistar, y si alguien se interpone en sus planes, está muerto. Zöeth llevaba más de media vida al servicio de esta cruel raza. Los odiaba por lo que le obligaban a hacer, siempre en contra de sus creencias.
Desde que llegaron al poblado obligaron a los faunos a cazar para ellos, aun sabiendo el dolor que les provoca a estos amantes de la naturaleza dañar a cualquier animal. A las mujeres les obligan a cocinar día y noche para ellos, y cuidar de que no les faltase de nada. Desde aquel trágico día en que llegaron al poblado, los durei han convertido en una prisión aquello que hace apenas veinte años fue su hogar.
Cuando el sol se escondió en el horizonte Zöeth cruzaba el límite del bosque. Se entristeció aun más cuando vio las huellas de las hogueras donde antes celebraban la entrada de la primavera y otras grandes fiestas cantando y danzando al son de la música. Hacía años que no oía una nota musical.
Se dirigió a la choza del Jefe Durei. Sabía que le castigarían por la poca caza que traía hoy, y es que no había sido un buen día. Su puntería estaba empezando a fallar… llevaba varias semanas notándolo, pero no quería decir nada, aunque tarde o temprano sabía que el Jefe lo notaría y entonces le quitaría de en medio como a un perro viejo. Tenía que maquinar un plan de escape, aunque la idea no le atraía mucho… “¿Dejar a toda mi familia, a todo mi pueblo, aquí en manos de los Durei, y huir?” pensaba a menudo, le parecía una acción demasiado cobarde.
Efectivamente, cuando el Jefe vio la poca caza que le traía Zöeth se enfureció con él y le mandó azotar, no esperaba tal humillación del mejor cazador de toda la aldea. Los soldados durei le llevaron al centro de la aldea para que todos pudieran ver el castigo y la humillación pero justo en el momento en que Zöeth apoyó sus rodillas en la tierra una flecha fue a parar al pecho de uno de los guardias durei.
Todos en la aldea se giraron hacia la vez. En ese instante una pequeña silueta salto del tejado de una de las chozas y golpeo fuertemente al durei más alto de la aldea. El enano llevaba un hacha de dos hojas agarrada en la espalda, aunque parecía que con los puños se valía. Su barba era larga y abundante, llena de trenzas y pequeñas piedras decorándola. El enano se enzarzó en un duelo sin armas con el durei, el cual no llegaba a alcanzar la velocidad con la que se movía su contrincante. Al final el enano arremetió un golpe seco en la nuca del durei que cayó pesadamente al suelo. Una flecha pasó velozmente rozándole la oreja y acabó clavándose en un durei. El enano se giró y vio que detrás de él se encontraba su compañero lanzando flechas a diestro y siniestro sobre todo durei que intentaba atacar al enano, cosa que a éste no le gustó nada y miró fulminantemente a su compañero… ¡ya podía arreglárselas él solito!
El impresionante arquero ignoró por completo la mueca que su compañero le hizo y siguió lanzando flechas al enemigo. Nadie sabía si se trataba de un hombre o una mujer, no enseñaba el rostro e iba vestido con una túnica negra que le llegaba a los pies pero su técnica era digna de admirar. Era un ser misterioso, se movía con armonía en todos sus movimientos, su concentración era máxima, flecha que lanzaba, flecha que acertaba. Zöeth se fijó que no obtuvo ningún fallo en toda la batalla.
Por último hizo aparición un soldado him de altura considerable. Éste portaba una espada de dos manos, con símbolos mágicos dibujados en la hoja y una armadura con amuletos de protección mágica. Sus movimientos también rozaban la perfección. En medio de todo aquel caos, el guerrero parecía encontrarse en una dimensión aparte. Su avance era pausado y digno de admirar. Los durei se abalanzaban sobre él con furia y ciegos de ira, pero los movimientos bien estudiados del him acababan con ellos como si se tratase de simples moscas. El primero que osó encararse a él tuvo la suerte de acabar sin cabeza. El guerrero him, tranquilo pero calculador, luchaba sin miedo y con una frialdad digna de los mejores caballeros de Himmel. Un durei se le acercó por la espalda, pero el him con un movimiento rápido se agachó y giró sobre sí mismo haciéndole una herida mortal en los pulmones al durei, que cayó desangrándose al suelo.
Zöeth observó toda la batalla desde el centro de la aldea. Nadie se enteró que estaba ahí. Podía haber huido, pero algo le decía que no debía hacerlo. Sentía el impulso de ayudar a los desconocidos héroes, aunque por otro lado no se veía capaz de ello. Entonces vio al Jefe. Su furia se intensificó tanto que dejó de pensar. Se agachó y cogió unas cuantas piedras. En ese momento el jefe estaba luchando con el guerrero him. No le importaba meterse en medio de un duelo, su ira hacia el durei era tan grande que solo sabía que lo quería ver muerto. Cogió su honda y lanzó la primera piedra. El Jefe la esquivó y miró a Zöeth con odio, el guerrero him aprovechando esa distracción asentó un golpe en su hombro derecho. Zöeth tampoco iba a desaprovechar esa oportunidad y lanzó la segunda piedra, esta vez mortal. Le dio en la sien y acto seguido el durei se desplomó en el suelo desangrándose por la herida de la espada. El guerrero him miró a Zöeth con seriedad y simplemente asintió fríamente con la cabeza. Después se giró y empezó un nuevo duelo con otro durei.
Zöeth notó como le latía el corazón, y la presión que sentía en la cabeza a causa de subida de adrenalina que acababa de experimentar. Y fue en ese momento, en medio de la batalla, en medio de todo ese caos de humo y sangre cuando se dio cuenta que sus vidas iban a cambiar… otra vez.

2 comentarios:

Alvaro Corcin dijo...

Es genial. Ha quedado bien, y el dibujo es chulo. :)
quizá un poco largo el relato, pero bueno, cada historia es como es. :)
un beso!

joan coch dijo...

gracias i hasta pronto.