30 de noviembre de 2011
Historias de Guerreros VII: El combate
6 de noviembre de 2011
Historias de Guerreros VI: Campamento Durei.
30 de octubre de 2011
Bajo la tormenta
23 de octubre de 2011
En la tetería de Dud
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10 de octubre de 2011
Historias de Guerreros V: Venganza
17 de septiembre de 2011
Reflexiones de un mago.
10 de septiembre de 2011
Historias de Guerreros IV: Una nueva amenaza.
Muertos. Habían muerto. No podía estar pasando. Aunque sabíamos a lo que veníamos, jamás pensé que moriría alguno de nosotros esta noche. Y ahora… Ekdar…mi hermano, mi compañero y amigo de siempre… e Innas, una de las guerreras más valientes que mi gente ha conocido estaban… muertos. Mis otros compañeros yacían inconscientes sobre las raíces de los árboles atados de pies y manos. Yo era el único que podría ayudar a mis dos hermanos fallecidos a emprender el camino que hay que recorrer después de dejar el mundo de los vivos para poder reunirse con la madre Naturaleza. Sabía cómo se hacía el rito del Descanso del Alma, pues muchas otras veces lo he visto hacer a los más sabios de mi pueblo. Pero no podría hacerlo si no me quitaba las manos del guerrero him de encima.
El rito debe iniciarse mientras el cuerpo esté caliente, señal de que el alma aun está dentro de él. Si se tarda demasiado, el alma es arrastrada poco a poco por las criaturas de Ur y vagará eternamente por los bosques y alrededores. Jamás llegará a fundirse con la madre Naturaleza y se convertirá en una entidad de Ur.
Estaba sumido en mis pensamientos, cuando una flecha oscura como la noche atravesó el claro en el que nos encontrábamos y dio a parar en el árbol en el que se encontraban mis hermanos inconscientes.
—¡Esa flecha no es del pueblo de los faeros!— exclamó el guerrero enano. Tenía razón, esa flecha tenía unas marcas impropias de los nuestros.
—¡Faero! ¿Quién más ronda por estos bosques? — me preguntó el guerrero de negro.
—Aquellos a quienes mi pueblo teme y odia.
—Si no es de ellos, sólo puede ser de los durei— determinó el him que me tenía prisionero—. Pero es raro que nos adviertan antes de mandar a sus esclavos. Nos deben estar vigilando ahora mismo.
El claro quedó en silencio, interrumpido por las hojas de los altos árboles bailar. El enano arrancó la flecha negra del árbol. La punta tenía restos de una sustancia pegajosa.
—Veneno —dijo en un susurro—. Esta flecha no era una advertencia.
En ese instante aparecieron más flechas y se oyeron rápidas pisadas. Noté como el him me liberaba y vi la rápida reacción de los tres guerreros preparados para luchar contra nuestro enemigo más antiguo. Entonces comprendí que nuestras primeras sospechas hacia estos extraños estaban equivocadas. Tenemos el mismo objetivo.
Cogí mi lanza y me dispuse a proteger a mis hermanos inconscientes, pasase lo que pasase.
3 de septiembre de 2011
Historias de Guerrero III: La emboscada
Como unos lobos se abalanzaron sobre nosotros. Oscuras sombras camufladas en la oscuridad del bosque gracias al barro que cubría la mayor parte de sus cuerpos, dejando ver en algunas zonas unos tatuajes llenos de simbolismo. Nos superaban en número y tenían la ventaja de la sorpresa…o eso es lo que ellos pensaban. Nosotros, aunque muy diferentes físicamente, somos grandes guerreros que han luchado en incontables batallas y han salido airosos de ellas. Puede que estuviéramos en desventaja, pero sin duda estábamos mejor preparados que ellos.
Sombra eliminó a dos de ellos sin problemas con las dos primeras flechas, lanzadas casi a la vez. Este escurridizo compañero a veces me pone de los nervios, pero sin duda es una gran ventaja tenerlo en el mismo bando a la hora de la lucha. Por otro lado, Alkar, un him orgulloso y valeroso, actuaba siempre con control y cada golpe que asestaba a un contrincante rara vez no resultaba mortal. Formábamos un gran equipo, y esos salvajes del bosque no podrían con nosotros fácilmente.
Ante mi se abalanzó un hombre fornido y armado con un par de cuchillas de gran tamaño en ambas manos me atacó sin miedo, aunque no pudo hacer nada contra Trerk, mi hacha de dos filos. El primer golpe que le aseste le hizo caer, lo que me facilitó las cosas para cortarle una mano. Demasiado débil como para seguir luchando contra mí, le dejé en el suelo. Esta gente actuaba por amor a su hogar, cosa que los enanos como yo respetamos en gran manera, y por eso no acabé con su vida como si fuera un perro.
Estos salvajes de los bosques viven por y para su hogar el bosque, quien les da de comer y beber. Lo protegen con su vida. Lo que pasa es que los salvajes, los faeros, desconocían nuestras verdaderas intenciones. Nosotros, Alkar, Sombra y yo, Ulkorn, no estamos aquí para explotar su hogar. Pero parecía que los faeros estaban cansados de visitantes extraños en sus castigadas tierras y habían optado por atacar primero y preguntar después.
Después de una corta pero ardiente lucha, nos encontramos ante dos caídos y otros seis heridos graves. Sólo quedaba uno lo suficientemente consciente como para hablar. Alkar lo tenía agarrado por el pelo. Sombra y yo recogimos y atamos a los demás faeros heridos.
-¿Por qué nos atacáis, faero?- preguntó Alkar a su prisionero.
-Vosotros lo sabéis muy bien, vosotros los hijos que olvidaron a su verdadera madre.
-Nosotros no queremos molestar. Nos hemos internado en el bosque con la intención de no interferir en vuestros poblados, ¿con qué motivo nos atacáis?-pregunté.
-Gente como vosotros sólo ha traído desgracias a nuestra gente y a nuestro hogar. Decís que no sois como los demás, pero habéis matado a dos de mis hermanos. ¿Con qué pruebas demostráis lo contrario? Todos sois iguales, sólo os importa vuestro beneficio y olvidáis lo que os rodea. Nos tratáis como esclavos de los que podéis aprovecharos cuando os viene en gana… No busquéis amistad, cuando ésta hace tiempo desapareció y donde ahora sólo hay odio.
Los cuerpos de los dos faeros abatidos se encontraban en el otro lado del claro. Sombra los miraba en silencio. Le observé bien. Sombra es un ser que casi nunca muestra sus sentimientos ante extraños, pero en esa ocasión noté como la culpa le invadía y la pena crecía en su interior.
El faero seguía hablando, pero ya no oíamos lo que decía. Sombra alarmado se giró hacia mí. Instintivamente me agaché, como si una fuerza tirase de mí hacia el suelo de barro y raíces. Una flecha pasó justo por donde un segundo antes estaba mi cabeza y terminó por clavarse en el tronco de un árbol.
La flecha no tenía las marcas de los faeros. No estábamos solos en el bosque.
31 de agosto de 2011
Historias de Guerreros II: Zukh.
Puede que la noche estuviera muy avanzada y que los altos árboles del bosque ayudaran a mantener la oscuridad, pero aun la fogata que habían encendido los intrusos proporcionaba la luz suficiente como para saber por dónde pisar… pero también lo suficiente como para ser descubiertos. Por ello previamente a la marcha del campamento, Zukh y sus compañeros habían pintado sus cuerpos con ungüento oscuro para ser uno con la oscuridad y con el bosque, su bosque, y así no ser descubiertos tan fácilmente.
Caminaban intentando hacer el menor ruido posible. Los habían acorralado y no lograrían escapar… a menos que fueran lo suficientemente rápidos como para vencer una emboscada que les triplicaba en número. Zukh no era un guerrero que se aprovechase las debilidades de su contrincante. Prefería los combates en igualdad de condiciones, le parecía más respetuoso, más auténtico, pero en esta ocasión acataba órdenes y no tenía elección, aunque el combate fuera de tres contra nueve, teniendo estos últimos la ventaja de la sorpresa.
Así pues, caminaron a oscuras camuflándose con el bosque. Los intrusos sabían que estaban cerca, se notaba la tensión en el aire. Ahora estaban alerta, como conejos esperando el ataque del zorro. La luz de la fogata se fue extinguiendo. Zukh notó como el bosque quedaba poco a poco en silencio, el silencio que precede a la tormenta.
Cada vez estaban más cerca de su objetivo. Notó el tambor que era su corazón, oía el ritmo aumentando rápidamente. Respiró hondo. Dicen que la primera vez que luchas cuerpo a cuerpo es la vez en la que más pierdes los nervios. Pero Zukh vivía cada ataque como si fuera el primero… y el último. Es lo que le hacía actuar con rapidez.
Sus compañeros fareos ya estaban preparados. Todos en su posición, rodeando a sus enemigos desde la oscuridad como lechuzas que vigilan a su presa. En realidad, pensó Zukh, ellos en concreto no habían hecho nada malo contra su poblado, pero sabían qué propósito perseguían. Muchos como ellos habían pasado por allí y todos habían traído desgracias a su tierra, a su poblado y a su bosque. Y por culpa de gente como esa se habían visto obligados a abandonar sus hogares y buscarse otro sitio para vivir. Pero todo esto se acabó.
El poblado de Zukh había empezado a tomar medidas. Primero optaron por expulsarlos de su bosque, como habían hecho los intrusos con ellos durante muchos años quemando tierras, aprovechándose sin escrúpulos de sus reservas de comida y bebida... Pero no obtuvieron los resultados que esperaban. Pensaron que estaban del bando contrario y optaron por atacarles con más fuerza que antes. “Sólo queremos vivir tranquilos” pensó Zukh.
Su adrenalina llegó al borde justo cuando vio la señal. Todos saltaron a la vez hacia los tres guerreros que esperaban el ataque como buenos maestros de la batalla. Zukh vio como el más pequeño de todos, el enano, movía con rapidez su hacha de dos filos, y como el personaje de negro se camuflaba entre la oscuridad igual o mejor que ellos mismos. Por el rabillo del ojo percibió como dos de sus compañeros caían al suelo al unísono.
“Quizá no estemos tan descompensados después de todo” pensó Zukh, y atacó al hombre de la gran espada de dos manos.